La
prensa habla de más de 90 asesinatos
indiscriminados en Gaza y 400 toneladas de explosivos sobre la población
palestina en tres días de bombardeos. Con la excusa de los precarios cohetes de
Hamás, Israel sigue masacrando la población árabe, aunque
sean niños o personas indefensas. Los mismos funcionarios de la
hipócrita ONU destinados en Gaza están comprobando el terror y la muerte que
sufre a diario el pueblo palestino. No es auto-defensa ni protección de
civiles, como dicen los voceros occidentales del régimen sionista. El
asesinato, la negación total de derechos y la expulsión de árabes de sus casas
y tierras empezó mucho antes de que Hamás lanzara cohetes; lanzamientos que responden más a la desesperación y
la impotencia que a una estrategia real y efectiva.
Por
lo tanto, aquí no caben posturas equidistantes de “llamar a la calma” o a
“evitar una escalada de violencia”, posturas que realmente encubren el estatus
de Israel como Estado genocida y racista, pues
es un enclave imperialista muy valioso para Occidente. Los responsables del
genocidio, las matanzas y el exilio forzado de palestinos deben ser juzgados
por crímenes contra los derechos elementales del pueblo.
Israel
ha dejado claro en las negociaciones políticas que están
dispuestos a aniquilar la población árabe, y es que, no en pocas
ocasiones, se ha puesto sobre la mesa la solución de dos Estados con las fronteras del 67. Esta propuesta fue
defendida incluso por el imperialista Obama. Dichas fronteras seguirían siendo
una humillación para los palestinos, pues significan el reconocimiento
implícito de la teocracia judía de Israel, pero las autoridades palestinas
estaban dispuestas a aceptarlas. Incluso Hamás, en presencia del ex presidente
americano Jimmy Carter, afirmó su voluntad de sentar las bases de la paz sobre
dichas fronteras. Pero es una constante que Israel se niegue a cualquier
propuesta que no conlleve a los Palestinos a convertirse en una simple reserva
indígena, y cuando ha habido conversaciones entre ambos bandos, las
provocaciones sionistas han continuado mediante la construcción de nuevos
asentamientos. Es por eso que no cabe ninguna duda de los verdaderos objetivos
de Israel: expulsar a todos los árabes y
convertir lo que queda de Palestina en una teocracia dónde sólo caben judíos.
No hace falta que recordemos a qué experiencia europea del siglo XX se asemeja
dicha política racista. Por otro lado, la comunidad internacional, sigue
encubriendo y apoyando al sionismo. Cuando en el 2006, Hamás venció claramente
en las elecciones legislativas, la comunidad internacional decidió dejar sin
ayudas a la población de Gaza como castigo por no elegir a dirigentes más
pusilánimes y controlables en su lucha contra el sionismo. A eso se le une la
equiparación de los dos bandos como beligerantes iguales, que encubre la
violación y la masacre sionista contra los árabes. La explicación radica en el
juego de intereses imperialistas de Estados Unidos en alianza con el bloque
imperialista europeo, para quienes Israel representa una punta de lanza imprescindible
en Oriente Medio.
Sin
embargo, por encima de los sentimientos viscerales que despierta ver a Israel
bombardear a la población de Gaza, no
debemos ser acríticos con cualquier movimiento político nacionalista. No se detuvo el avance de Israel cuando la resistencia la
capitaneaban sectores izquierdistas y tampoco lo logran ahora capitaneados por
islamistas. Se hace más necesaria que nunca la constitución de un movimiento
revolucionario en Palestina dirigido por la clase obrera, que agrupe a revolucionarios
por encima de ambas etnias y religiones y que, en alianza con el movimiento de
liberación nacional palestino, derrote al Estado
israelí y prosiga la revolución. Pero mientras
no se ponga fin al genocidio, hay que seguir denunciando al Estado de Israel por lo que es, un Estado criminal. Que las muertes no caigan en el
olvido.
¡Boicot
a Israel!
¡Viva
Palestina libre!